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Un futuro incierto

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¿Nos hemos vuelto locos?

En los últimos tiempos corren toda clase de noticias y conjeturas sobre la construcción de grandes instalaciones para la gestión de basuras y residuos urbanos en el Parque de Montecarmelo, cuyo funcionamiento requeriría la circulación constante de más de un centenar de vehículos pesados. Tras lo cual, el maravilloso parque pasaría a convertirse en una simple parcela industrial que, en el futuro, seguiría tal vez acogiendo otro tipo de instalaciones similares. Los vecinos de los barrios cercanos se han manifestado en repetidas ocasiones contra esos devastadores planes.

Estos temores se han visto reforzados por los trabajos de tala y trasplante llevados a cabo recientemente en la zona más arbolada del parque, que ahora está desnuda y supuestamente se destina al uso futuro de tales instalaciones industriales.

El despropósito es de tal magnitud que cuesta trabajo darle crédito. Quiero pensar que se trata de una propuesta teórica o una simple maniobra de sondeo para evaluar el grado de aceptación o rechazo de la ciudadanía, o incluso de una interpretación errónea de las intenciones municipales. Porque, ¿en qué cabeza cabe que, en los confines de Madrid, donde abundan los solares situados cerca de carreteras exteriores y vías de circunvalación, sea necesario destruir uno de los entornos paisajísticos más emblemáticos de la ciudad para convertirlo en un almacén de basuras?

Habida cuenta de ello, confío en que la información que me va llegando se quedará en nada. Sin duda, la gestión municipal de Madrid es mejorable, como todo en la vida, pero el consistorio tiene suficiente experiencia para comprender que actuaciones como la mencionada son radicalmente incompatibles con uno de los objetivos más presentes en sus planes, campañas y estrategias, que es hacer de Madrid una ciudad más verde y sostenible. Por eso me cuesta creer que un equipo municipal en el que tantos ciudadanos han depositado su confianza pueda distanciarse del sentimiento popular hasta el punto de atropellar un sistema de valores —ecológicos, medioambientales y paisajísticos— tan ampliamente compartido.

Es más, si el despropósito acabara consumándose, me atrevo a augurarle un futuro complicado. La mencionada instalación industrial será vista siempre como una metedura de pata histórica. Las sucesivas oleadas de votantes y las instituciones de la sociedad civil reclamarán incesantemente la restitución del parque a su estado primitivo, y no habrá campaña electoral en que no esté presente este problema hasta que, con el paso de los años y el relevo generacional y municipal, se tome la decisión de desmantelar lo que ahora es un proyecto descabellado.

En fin, este es el punto de vista de un simple paseante y visitante asiduo del parque, que admira su incomparable belleza, pero desconoce en gran medida los entresijos legales y políticos que hay detrás de estos inquietantes y, en cierta forma, contradictorios mensajes. Algunos vecinos aseguran que, según la información que les ha facilitado el propio Ayuntamiento, el proyecto de cantón aún no está aprobado. Sin embargo, la destrucción del arbolado es ya irreparable. ¿Nos hemos vuelto locos?


Pasado, presente y futuro

Desde el parque puede contemplarse la Sierra del Guadarrama tal como la contempló Aureliano de Beruete desde una perspectiva similar y la plasmó en su óleo La tapia del Pardo (1911), que se conserva en el Museo del Prado. O como la idealizó Velázquez en el fondo de algunos de sus cuadros. Esperemos que las generaciones futuras de madrileños puedan seguir disfrutando de ese evocador horizonte desde el mejor mirador de la ciudad: el Parque de Montecarmelo.

Vista del Guadarrama

Vista desde el Parque de Montecarmelo (abril de 2025).

Vista del Guadarrama

Aureliano de Beruete: La tapia del Pardo (1911).